En los mundillos del arte, siempre ha existido una moda consistente en alabar y encumbrar expresiones marginales. Cuánto más extrañas y marginales, y sobre todo, más incomprensibles, mejor. Así, estos aduladores de lo extraño podrán filosofar, establecer mil y una teorías y críticas que nadie se atreverá a refutar por desconocimiento y miedo.
En general esta gente busca la gloria y admiración de los demás al ser considerados “entendidos” en algo. Y desde luego no es nada nuevo. Ahora podríamos decir que son los “gafapastas”, pero mi tía me cuenta que su época los llamaban “intelectuales” y no paraban de hablar de escritores franceses que nadie conocía y de los que hoy nadie se acuerda.
Todo este rollo viene para intentar resumir mi impresión sobre las diversas crónicas y críticas que he leído sobre el reciente San Francisco de Asís de Olivier Messiaen que pudimos ver en el Teatro Real este mes de Julio. Me parece que está de moda decir que San Francisco de Asís “mola”. Y eligen que San Francisco “mola” porque si eligen otra ópera de Verdi, de Britten o de Shostakovich ya no destacarán como los poseedores del gusto más “cool” e incluso alguien podría contradecirles sus teorías y apreciaciones. Y que mucha gente que piensa que “no mola” no se atreve a decirlo para no quedar como un inculto frente a esa camarilla de aduladores de la obra de Messiaen.
¿Cuales son mis impresiones? Vayamos por partes:
Messiaen, el músico
Conozco gran parte de la obra de Olivier Messiaen, y en general me parece irregular. Como compositor experimental que fue, experimentó con diversos modos compositivos, jugando con el ritmo, armonía tiempos y demás elementos del discurso musical y el resultado fue variado. Su sinfonía Turangalila me parece una de las partituras más brillantes del siglo XX, pero algunas obras para piano o para órgano me desconciertan y me aburren hasta el infinito. Además en ciertos momentos su obra peca de una autocomplacencia muy elitista: temas que solo interesaban al propio Messiaen (y que quizá solo él entendía) como por ejemplo el sonido y “música” de los pájaros acaban dominando muchas de sus obras alejandolas del resto de los mortales.
San Francisco, la obra
Ante todo he de partir de una premisa: mi nulo interés por el personaje de San Francisco de Asís, su filosofía y su espiritualismo. Lo siento mucho, pero a mi ese rollo místico-mágico-cristiano no me va un pelo. Puedo entender que un cristo freak se emocione con estas cosas, o incluso un budista si lo transpone a su terreno… pero ¿alguien que se va de copas los sábados? ¡anda ya!. Quitándole la “magia” cristiano-espiritual, desde el punto de vista dramático la obra es una soberana chorrada y no se puede considerar una ópera sino un oratorio o cantata escénica.
El siguiente aspecto a considerar son las dimensiones de la obra, 2 coros, una orquesta inmensa con diversos instrumentos poco usuales y más de 4 horas de música de una dificultad interpretativa considerable. Puede que el compositor justificara esta grandilocuencia por el tema tratado, pero como a mi este tema no me parece para nada grande, esta grandeza de medios me parece en muchos momentos excesiva. Exige demasiado al teatro que la programa, a los músicos que la interpretan y exige mucho al oyente. Si los resultados fueran como los de la teatralogía wagneriana, quizá podría justificar tanta exigencia, pero no es el caso.
¿Y la música? Pues la música de San Francisco me parece de nuevo muy irregular en muchos sentidos. Irregular en cuanto inspiración, con momento bastante aburridos y momentos sublimes. Irregular en cuanto al discurso musical, que al igual que el discurso dramático, está compuesto de fragmentos independientes entre si sin ninguna coherencia o continuidad: un ratito de percusión oriental, un ratito de coro, otro ratito de percusión, un ratito de canto llano acompañado. Lo mejor, una parte de la escena de los estigmas y el final, con una escritura coral y orquestal inmensa. Lo peor, el principio y el sermón de los pájaros.
Las funciones del “Real”
A estas funciones del Real, que han sido mi primer acercamiento a la obra, he ido con recelo, y no me importa reconocerlo. Recelo porque como abonado del Teatro Real esta ha sido la única ópera que no me han permitido devolver la entrada, un servicio muy útil para los abonados que, como yo, viajan con frecuencia y tienen problemas de fechas. Recelo por el empeño de Mortier de “iluminarnos” a todos los aficionados y descubrirnos esta maravilla. Recelo por el exceso de medios invertidos en esta producción que condenan a otras óperas a verse en versión de concierto. Recelo por el traslado al Madrid Arena, lugar que consideraba a priori muy poco apto para una representación operística. Pero al igual que acudía con recelo, acudía con muchisimo interés por todos los comentarios previos sobre la obra y por mi interés en la música de Messiaen.
Y después de seis horas y pico de representación y unos cuantos días de reflexión (en los que he aprovechado para volver a escuchar por partes la obra en diversas versiones) puedo contar mi impresiones.
El entorno me parece un despropósito: un acceso complicado al reciento, incomodidad, necesidad de amplificación, vasos de plástico en los entreactos, ruido del aire acondicionado, falta de recogimiento por culpa de la luz natural que entraba durante los 2 primeros actos, exceso de espacio vacío alrededor de la escena, etc… Llevarse la ópera al Madrid Arena con la única justificación de una “instalación” postmoderna consistente en una cúpula muy bonita que cambia de colores según nosequé es directamente una gilipollez, básicamente porque la cúpula no se ve bien desde más de la mitad del aforo y porque además no aporta nada. Si los motivos para llevarse las representaciones al Madrid Arena fueran otros como atraer a un público al que el Real le impone respeto, intentar romper la rutina operística de los aficionados, intentar crear un ambiente de ocasión fuera de lo normal, etc… podrían justificar un poco el despropósito, pero no voy a entrar a valorarlos, porque no se nos ha dicho así y nos habrían mentido en la cara a los abonados (y no se que es peor, si un gilipollas o uno mentiroso).
La puesta en escena, quitando la inútil cúpula antes mencionada es simplemente correcta. No hay casi dramaturgia, así que poco hay que hacer, ya sea bien o mal.
Los intérpretes principales, o sea, las voces (porque se actúa poco y no hay “drama”) estuvieron todos correctos. No se puede decir mucho más porque el tipo de canto casi llano y plano no da para mucho más. El pobre Marco-Buhrmester llegó fatigado al último acto. Sin embargo los coros estuvieron espectaculares en casi todas sus intervenciones. La orquesta invitada funcionó muy bien y se nota que tanto ella como su director Sylvain Cambreling tienen la obra muy trabajada, aunque algunas partes son indirigibles, como el sermón de los pájaros, con ese rollo multirítmico y salen de aquella manera.
Conclusión
Pues que quizá Mortier ha conseguido salir en todos los periódicos y que se hable de este estreno en México y en Nueva York, pero desde mi punto de vista de aficionado, un par de momentos disfrutables, bastante lejos de ser una de mis experiencias musicales más intensas de mi vida y para los que no hacían falta tantas alforjas.
Y sí, yo soy de los que dicen que el emperador va desnudo.