La ignoracia creó las religiones. Las religiones crearon los dioses y los demonios. Los charlatanes vivieron de ello y se hicieron poderosos, y se preocuparon de perpetuarse mediante el lavado de cerebro. Y todo funcionó muy bien durante mucho tiempo.
Hasta que un día, el máximo representante de Dios en la tierra decidió matar al diablo. Ya no habría un antagonista maligno a ese Dios supremo. Se acabó la dualidad del bien y del mal, y se rompió el equilibrio.
Al principio la gente no le dio mucha importancia, pero con el tiempo las cosas empezaron a desajustarse. Cuando antes sucedía una catástrofe, la culpa era del demonio, y cuando ocurría algo bueno y maravilloso, era un milagro de Dios. Pero sin demonio… ¿cómo se explicaban los desastres? Encima, aquel Dios del antiguo, vengativo y traicionero, se había ablandado; ya no se le podía achacar los males del mundo al castigo divino.
Y así la gente se hartó de adjudicarle a Dios las cosas buenas, y cumplarse a ellos mismos de las malas. Con el tiempo decidieron que ellos eran los responsables de todo, de lo malo y de lo bueno. Y Dios había muerto