Querida mano:
Son muchos años ya los que hemos compartido juntos. En todo este tiempo nadie me ha acariciado como tú, nadie me ha agarrado como tú. Tus dedos has sabido mimarme y jugar con todo mi ser con una delicadeza y pasión imposibles de superar.
Empezamos con una relación casi compulsiva, en la que todos los días venías a buscarme varias veces. Tú me liberabas de esos apretados slips y me hacías crecer junto a ti hasta tocar el cielo juntos.
Con los años nuestra relación cambió. Yo andaba más suelto en los boxers y tú venías a buscarme solamente una vez al día aunque aprendiste a tomarte tu tiempo y hacer que disfrutáramos más. Recuerdo con cariño esa especie de vacaciones juntos que teníamos dos veces al año, los exámenes, donde volvíamos a los viejos tiempos juveniles y compulsivos.
La cosa se complicó cuando el dueño se empeñó en buscar amores en los bares. Primero con mujeres y luego con hombres. ¡Con lo bien que estábamos solos tú y yo!. Empezaron a tocarme otras manos que no eran tan suaves como tú, y que no sabían, ni de lejos, hacerlo tan bien como tú. Algunas pensaban que yo era un joystick y me machacaban sin cuidado ni piedad. Y luego esas insistencia en meterme en cavernas oscuras. Me envolvían en un plástico horrible que me apretaba muchísimo. A mi aquello me daba miedo y al principio hasta perdía mi fuerza. Aunque casi mejor, porque aquellas cavernas tenían una pinta horrible y allí había vete tú a saber qué. Me costó un tiempo acostumbrarme a los mareos de aquellos vaivenes sin echarlo todo antes de tiempo. Lo trágico es que, aunque aquello no estaba mal, no disfrutaba ni de lejos como lo hacíamos tú y yo juntos.
Y así, por rachas, hemos alternado épocas de cavernas en las que casi no nos veíamos con épocas de vuelta a nuestro ansiado romance.
Ahora, con la perspectiva que me da el tiempo, puedo decirte que nunca nadie podrá robarnos nuestro amor. Porque sí, mano mía, te amo.
PD: Ha sido muy difícil teclear esta carta a pollazos.